Confinamiento desde el privilegio
Algún día, a mediados del mes de marzo, llegué a casa como a las tres de la tarde, más temprano que de costumbre. A partir de ese día estaría trabajando desde casa, a distancia, tratando los temas por teléfono y por correo. Justo después de viajar constantemente por casi un año entero para revisar todo tipo de asuntos en diferentes lugares.
Al
principio fue emocionante, acondicionar un pequeño espacio en casa, una mini
oficina. Levantarme una hora más tarde porque no invertía tiempo en el
traslado, hacer ejercicio por la mañana y desayunar más tranquilamente. Tener
la capacidad de poner atención solo en aquellos temas importantes. Poco después
de medio día, comer alimentos hechos en casa, acompañados con tortillas
calientes y limonada. Por las tardes regar las plantas, leer y ver Shark Tank
Colombia.
Las
primeras dos semanas de mi confinamiento fueron espectaculares, pero comencé a
notar que no rendía lo suficiente o que esperaba una dinámica similar a la de
la oficina. Creo que se trató, más que nada, de problemas de adaptación.
El
tiempo en casa, propició también, más tiempo en redes sociales. Donde existía,
y existe, una sobre oferta de información que daba seguimiento al virus
SARS-CoV-2 (para sonar más serio). Luego el tema se convirtió en un asunto de
gente contra gente.
El
gobierno, en sus diferentes niveles, buscaba comunicar la gravedad del asunto,
la importancia de quedarnos en casa, de salir solo para lo necesario. Los
medios de comunicación y las empresas nos recalcaron la importancia de tener
cuidado, de limpiar y desinfectar, desinfectar otra vez y volver a desinfectar.
A la par, empezamos a comprar cubrebocas, guantes, tapetes desinfectantes, gel
anti bacterial, además de túneles, arcos, tractores y helicópteros para la
desinfección de espacios públicos, comunes y que al cabo de unos minutos
volverían a ensuciarse.
Y
nosotros, como fieles rebeldes opositores del sistema, les hicimos caso. Pero
claro, es lo lógico: si el gobierno te dice algo, es porque tiene razón y se
trata de la verdad ¿o no?
Y
así, comenzamos a pregonar con la frase “quédate en casa” como estandarte para
evitar que el virus se multiplicara y, por ende, se saturaran los hospitales,
este es el verdadero asunto detrás de las medidas (tema importante pues el
sistema de salud ha sido deficiente desde mucho antes, con pandemia o sin
pandemia).
Pero
la realidad es que no todos podían quedarse en casa. Primero aquellos quienes
desempeñan sus labores en actividades «esenciales». Por otra parte, aquellos
quienes sin un trabajo formal se ganan la vida vendiendo alimentos, bebidas o
algún otro producto o mercancía.
Luego,
por alguna razón, se empezó a tachar de irresponsables (por no citar las
palabras que circularon en redes sociales) a las personas que por alguna u otra
razón no seguían las medidas recomendadas por el gobierno en el que tanto
confiamos.
Esta
pandemia, ha sido una crisis. Y las crisis ayudan a sacar a flote (más) las
deficiencias y las desigualdades de una sociedad… tal como ha sucedido con la
nuestra.
Mientras
yo me resguardaba en casa, podía observar que entre dos y tres de la tarde,
vecinos conocidos algunos y otros desconocidos, esperaban en la calle a que el
transporte de personal de las maquiladoras pasara a recogerlos, obviamente,
para ir a trabajar.
Aquí
es donde cito al ex presidente de México,
Enrique Peña Nieto, y les pregunto «¿Qué hubieran hecho ustedes?». Es decir, si
te ves obligado a seguir trabajando, seguir operando y produciendo… a estar en
contacto con personas durante un tiempo prolongado, en espacios cerrados… tal
como los espacios de trabajo ¿qué más da ir a formarte por un doce pack de
cervezas al Oxxo? ¿qué tanto riesgo puede ser reunirte con los familiares que
sabes de dónde vienen y a dónde van? ¿o salir a correr un rato al parque?
Claro, la lógica para quienes tuvimos la oportunidad
de quedarnos en casa por algún tiempo (dos meses y medio en mi caso) es que
salir era un peligro e irresponsabilidad gigantescos.
No busco justificar, pero si comprender las razones
por las cuales las personas reaccionamos diferentes ante una misma situación. Y
aunque la respuesta podría ser compleja, considero que se resume a que cada uno
de nosotros estamos en diferentes entornos, en diversas realidades y, me atrevo
a decir, en diferentes mundos. No hemos sido educados igual, no hemos tenido
las mismas oportunidades y, la verdad es que, dentro de la sociedad, no somos
iguales.
No va a reaccionar igual un trabajador que se ve
obligado (por la razón que sea) a trabajar y cumplir con un horario cuando en
la televisión te recomiendan no salir. No reaccionará igual la trabajadora a
quien le permitieron estar en casa, pero con el 50% menos de su salario.
Reaccionará diferente aquel que pierda su trabajo de manera definitiva y la
reacción será otra si la trabajadora tiene la oportunidad de trabajar desde
casa y con su salario completo.
Las otras preguntas que llegaban a mí cuando veía
estas reacciones eran tantas. Me preguntaba ¿Quiénes nos hizo a nosotros tan «sabios»?
¿tan responsables? ¿quién nos ayudó a ser tan conscientes de nuestro papel en
la comunidad? ¿quién nos inculcó que estudiáramos para tener una «profesión»?
¿quién nos inspiró? ¿quién nos orientó? ¿quién nos educó? ¿cómo aprendimos a
seleccionar información y no ser engañados por noticias falsas?
Si, en los momentos de crisis es cuando se hacen más
visibles las deficiencias y las desigualdades de una sociedad y si analizamos
bien, podríamos decir que todo lo que somos ahora es resultado de un proceso de
aprendizaje, de un entorno y de un sistema ¿o no?
¿O simplemente llegamos a este mundo con todas esas
herramientas? Ya preconfigurados para ser unos expertos en todos los temas,
ciudadanos ejemplares y seres humanos empáticos, listos para dar al mundo lo
mejor de nosotros.
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