«Culpa del que se enamora…»

Hace tiempo leí en algún lugar, seguramente en redes sociales, la frase «querrás a quien no te quiere por no haber querido a quien te quiso». Algo que hace algunos años me parecía quizá justo pero hoy en día creo que es una de las pendejadas más grandes que podemos decirnos a nosotros mismos.

Todos tenemos sentimientos y estar en cualquier lado de la situación es complejo, difícil y triste. Pero es necesario aclarar que nadie tiene la obligación de querernos solo por tener buenas intenciones y tampoco estamos obligados a querer a alguien por presentar esas mismas buenas intenciones para con nosotros.

Lo culero en situaciones así es utilizar a las personas a nuestra conveniencia sabiendo de antemano cual será el final de la historia. Y si, vaya que eso es común. Vayamos por partes.

El primero de los casos es el caso de quien «quiere, pero no es querido». Se trata de esas ocasiones en que le dedicamos tiempo, espacio y esfuerzo para acercarnos a esa persona, hacerle saber que nos gusta y que estamos dispuestos a tomar ciertos riesgos por conocerle mejor.

El segundo caso es el de quien «es querido, pero no quiere». Es decir, a pesar de todos los intentos que realiza la otra persona por conquistar, convencer o continuar intentando, no existe una reciprocidad ni en sentimientos o en acciones.

Hasta aquí todo sencillo ¿no? Entre dos personas maduras sería tan fácil como decir frases como «agradezco lo que haces por mí, pero yo no siento lo mismo» o «a pesar de mis esfuerzos creo que es momento de retirarme». Pero la realidad es que no todos somos personas maduras (risas).

Todos cargamos complejos, traumas, en fin, historias de vida muy particulares y que definen quienes somos en la actualidad (esto no quiere decir que podamos reaprender y corregir). Y es este pasado lo que nos hace reaccionar de cierta forma ante estas situaciones.

Como dije unos párrafos antes, el problema no es querer o que nos quieran, el problema es cuando nos aprovechamos de una persona sabiendo que nos quiere y empezamos a disfrutar no a la persona, pero si sus regalos, sus detalles, sus atenciones y demás cosas. Luego, volteamos la cara y nos atrevemos a decir cosas como «pues yo no le quiero, pero se porta muy bien conmigo y eso me gusta».

Algo similar sucede del lado contrario, cuando nos toca querer intensamente y buscamos cientos de maneras para demostrarlo, pero si no nos vemos correspondidos nos llenamos de coraje y resentimiento hacia la otra persona. Incluso le llegamos a desear el mal o a «predecir» su futuro haciéndole saber que al no querernos a nosotros la vida le hará sufrir al triple (más risas).

Para empezar, nadie de nosotros es tan importante en este mundo como para creer que el amor que ofrecemos es el único y que cualquier otra persona debería responder de manera positiva. Por otra parte, nadie se morirá si nosotros no le queremos.

Otro error comúnmente cometido es el hecho de creernos con la capacidad de definir, adivinar o predecir lo que el otro siente, lo que tiene que sentir, o peor aún, lo que nosotros queremos que sienta.

El análisis consciente de situaciones como estas nos conduce a uno de los valores más importantes, valorados y menos practicados: la sinceridad.

La sinceridad va de la mano con la sencillez, la verdad y la honestidad. Si habláramos con la verdad desde el principio historias muy diferentes serían contadas. Si fuéramos honestos con nosotros mismos, sobre lo que sentimos al estar con una persona y compartir tiempo y espacio, honestos sobre lo que realmente queremos hacer en nuestra vida… solo así podremos llegar a hablar con la verdad a otras personas sin sentirnos culpables.

Al final del día no se trata de buenos o malos si no de gente que ha aprendido o no a decir las cosas de la manera más clara posible (e importante decir que para expresarse no es necesario gritar ni imponer) y aceptar las consecuencias de lo que se dice y de lo que se hace.

La realidad es que el tema de querer a alguien que no nos quiere o de que alguien nos quiera y nosotros no sintamos lo mismo no debería afectarnos tanto, esto porque en próximos meses o años, nos tocará estar en los zapatos del otro y no nos va a quedar otra más que aceptar y seguir adelante.

Para meterle drama al asunto, se puede resumir a lo que dice la canción «Nunca ha sido culpa de quien hiere o de quien llora, culpa del que se enamora». Y ya para llorar, hacer mención a otra canción que dice «de amar nadie se libra, aunque así quiera y menos de romperse el corazón».

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