Nadie puede ser feliz… todo el tiempo
Pero
¿están en lo cierto? ¿Conoces a alguien que haya logrado potencializar todas
sus habilidades y que haya corregido todos esos defectitos en su
personalidad? Yo no.
La
felicidad tiene muchas definiciones, una de las más sencillas es aquella que la
define como ese «estado de grata satisfacción espiritual y física»[1].
Los
seres humanos crecemos bajo circunstancias diversas, mismas que van marcando
nuestros caminos y definiendo quienes somos cuando llegamos a nuestra vida
adulta. Si bien, todos nosotros tenemos muchas cualidades y talentos, también
es una realidad que existen habilidades que podemos mejorar y aspectos de
nuestra persona que debemos trabajar para tener una vida más satisfactoria y
relaciones más estables (con nosotros mismos y con los demás).
Todo
esto es posible tratarlo mediante la psicoterapia, acompañados de personas
capacitadas y con experiencia en el área con un enfoque cognitivo y social.
Otro campo importante es la psiquiatría con un enfoque médico y clínico. En
cualquiera de los dos casos, los tratamientos aplicables a las personas se
realizan en base a necesidades muy específicas de quien que busca dicho
tratamiento.
Sin
embargo, los libros de autoayuda que se venden a montones (he leído varios), algunos
cursos y talleres y unos coaches de vida nos mandan mensajes que van
dirigidos a todas las personas, independientemente de su entorno, su historia
familiar y sus habilidades o capacidades desarrolladas. Así mismo, nos hablan
de mantener una actitud positiva ante cualquier situación que la vida nos
presente y que no nos dejemos embargar por emociones como la tristeza o el
enojo. He ahí el problema y por qué nadie, ni tú ni yo, seremos felices… todo
el tiempo.
Svend
Brinkmann, doctor en psicología por la Universidad de Aarhus, afirma que
vivimos en un mundo acelerado donde el objetivo de casi todas las personas es
desarrollar todas sus habilidades, mejorar sus competencias, hacer miles de
cosas en mínima cantidad de tiempo pero «si alguien no puede aguantar el ritmo (si
es demasiado lento, no tiene suficiente energía o simplemente llega a un punto
en que no puede más), los remedios que se le prescriben son coaching, gestión
del estrés, mindfulness y pensamiento positivo»[2].
Es
ahí cuando muchos de nosotros incursionamos en el mundo de lo positivo, donde
lo importante siempre es enfrentar las situaciones con la mejor actitud, donde
nuestra sonrisa derretirá las caras largas de la gente que se nos cruza en el
camino, donde podremos lograr todo (absolutamente todo lo que nos propongamos)
y, por supuesto, ser completamente felices.
Pero
nos llevamos una no grata sorpresa cuando nos damos cuenta que, a pesar de los
libros, las conferencias y los consejos del coach nos seguimos sintiendo
a veces tristes, enojados, llenos de rabia y con ganas de mandar a todos a
cualquier lado que no sea junto a nosotros.
Es
aquí donde entra un concepto que se ha ido haciendo cada vez más y más popular
en el mundo de la psicología: la inteligencia emocional. Básicamente se resume
en la habilidad de los seres humanos para observar, distinguir y manejar sus
emociones, así como entender las emociones de quien le rodea.
El
profesional más famoso en el ámbito de la inteligencia emocional es el
estadounidense Daniel Goleman, quien designó dicho concepto, aunque mucha gente
antes que él ya había estudiado la relación de las emociones con la
inteligencia integral del ser humano, pero con otros nombres.
«En
nuestro repertorio emocional, cada emoción juega un papel singular»[3],
es una frase que puede servir como base para describir el trabajo de Goleman,
quien, en su libro La Inteligencia Emocional, trata de hacernos entender
las razones por las cuales muchas personas destacan en diversos ámbitos y no
precisamente por realizar complicadas operaciones matemáticas.
Justo
después de esa frase, el autor describe brevemente como las diferentes
emociones surgen como respuesta a diversas situaciones. Por ejemplo, la
tristeza nos ayuda a adaptarnos ante una pérdida o alguna decepción y lo mismo
sucede con la ira, con el miedo o la sorpresa.
Lo
que Goleman destaca en su libro es que estos sujetos habilidosos son aquellos
que han sabido conocer sus emociones, las de la gente que los rodea y saben
utilizarlas a su favor, lo que se traduce en personas de enfrentar ciertos
retos, superar adversidades y ver las cosas desde diferentes puntos de vista.
Teniendo
esto en cuenta, podríamos confirmar que, en efecto, no seremos felices todo el
tiempo y eso está bien. Esto podría sonar un poco pesimista, la realidad es que
el hecho de saber identificar nuestras emociones y poder trabajarlas en lugar
de tratar de eliminarlas o dejando que nos consuman por dentro, nos permitirá
sentirnos mejor con nosotros mismos, con relaciones más honestas y flexibles,
con una sensación de bienestar mayor y quizás eso sea mejor que la misma
felicidad.
[1]
REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Diccionario de la lengua española, 23.ª ed., [versión
23.3 en línea]. <https://dle.rae.es> [23 de junio de 2020].
[2]
Brinkmann, Svend. Sé tú mismo: La locura de la superación personal (Síntomas
Contemporáneos nº 2042) (Spanish Edition) . Ned Ediciones. Edición de Kindle.
[3]
Goleman, D.. (1995). La Inteligencia Emocional. México, D.F.: Ediciones B.
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