Nadie puede ser feliz… todo el tiempo


Un título provocativo ¿no? pero es la realidad. Durante los últimos años hemos sido testigos de un crecimiento exponencial de libros, cursos, youtubers y coaches de vida que tratan de enseñarnos a sobrellevar las cosas malas de la vida, nos brindan consejos para mejorar nuestros cuerpos, nuestras mentes, para aumentar nuestras cuentas bancarias y ser más eficientes en nuestros trabajos y negocios, en pocas palabras: más felices (según las ambiciones de cada uno).

Pero ¿están en lo cierto? ¿Conoces a alguien que haya logrado potencializar todas sus habilidades y que haya corregido todos esos defectitos en su personalidad? Yo no.

La felicidad tiene muchas definiciones, una de las más sencillas es aquella que la define como ese «estado de grata satisfacción espiritual y física»[1].

Los seres humanos crecemos bajo circunstancias diversas, mismas que van marcando nuestros caminos y definiendo quienes somos cuando llegamos a nuestra vida adulta. Si bien, todos nosotros tenemos muchas cualidades y talentos, también es una realidad que existen habilidades que podemos mejorar y aspectos de nuestra persona que debemos trabajar para tener una vida más satisfactoria y relaciones más estables (con nosotros mismos y con los demás).

Todo esto es posible tratarlo mediante la psicoterapia, acompañados de personas capacitadas y con experiencia en el área con un enfoque cognitivo y social. Otro campo importante es la psiquiatría con un enfoque médico y clínico. En cualquiera de los dos casos, los tratamientos aplicables a las personas se realizan en base a necesidades muy específicas de quien que busca dicho tratamiento.

Sin embargo, los libros de autoayuda que se venden a montones (he leído varios), algunos cursos y talleres y unos coaches de vida nos mandan mensajes que van dirigidos a todas las personas, independientemente de su entorno, su historia familiar y sus habilidades o capacidades desarrolladas. Así mismo, nos hablan de mantener una actitud positiva ante cualquier situación que la vida nos presente y que no nos dejemos embargar por emociones como la tristeza o el enojo. He ahí el problema y por qué nadie, ni tú ni yo, seremos felices… todo el tiempo.

Svend Brinkmann, doctor en psicología por la Universidad de Aarhus, afirma que vivimos en un mundo acelerado donde el objetivo de casi todas las personas es desarrollar todas sus habilidades, mejorar sus competencias, hacer miles de cosas en mínima cantidad de tiempo pero «si alguien no puede aguantar el ritmo (si es demasiado lento, no tiene suficiente energía o simplemente llega a un punto en que no puede más), los remedios que se le prescriben son coaching, gestión del estrés, mindfulness y pensamiento positivo»[2].

Es ahí cuando muchos de nosotros incursionamos en el mundo de lo positivo, donde lo importante siempre es enfrentar las situaciones con la mejor actitud, donde nuestra sonrisa derretirá las caras largas de la gente que se nos cruza en el camino, donde podremos lograr todo (absolutamente todo lo que nos propongamos) y, por supuesto, ser completamente felices.

Pero nos llevamos una no grata sorpresa cuando nos damos cuenta que, a pesar de los libros, las conferencias y los consejos del coach nos seguimos sintiendo a veces tristes, enojados, llenos de rabia y con ganas de mandar a todos a cualquier lado que no sea junto a nosotros.

Es aquí donde entra un concepto que se ha ido haciendo cada vez más y más popular en el mundo de la psicología: la inteligencia emocional. Básicamente se resume en la habilidad de los seres humanos para observar, distinguir y manejar sus emociones, así como entender las emociones de quien le rodea.

El profesional más famoso en el ámbito de la inteligencia emocional es el estadounidense Daniel Goleman, quien designó dicho concepto, aunque mucha gente antes que él ya había estudiado la relación de las emociones con la inteligencia integral del ser humano, pero con otros nombres.

«En nuestro repertorio emocional, cada emoción juega un papel singular»[3], es una frase que puede servir como base para describir el trabajo de Goleman, quien, en su libro La Inteligencia Emocional, trata de hacernos entender las razones por las cuales muchas personas destacan en diversos ámbitos y no precisamente por realizar complicadas operaciones matemáticas.

Justo después de esa frase, el autor describe brevemente como las diferentes emociones surgen como respuesta a diversas situaciones. Por ejemplo, la tristeza nos ayuda a adaptarnos ante una pérdida o alguna decepción y lo mismo sucede con la ira, con el miedo o la sorpresa.

Lo que Goleman destaca en su libro es que estos sujetos habilidosos son aquellos que han sabido conocer sus emociones, las de la gente que los rodea y saben utilizarlas a su favor, lo que se traduce en personas de enfrentar ciertos retos, superar adversidades y ver las cosas desde diferentes puntos de vista.

Teniendo esto en cuenta, podríamos confirmar que, en efecto, no seremos felices todo el tiempo y eso está bien. Esto podría sonar un poco pesimista, la realidad es que el hecho de saber identificar nuestras emociones y poder trabajarlas en lugar de tratar de eliminarlas o dejando que nos consuman por dentro, nos permitirá sentirnos mejor con nosotros mismos, con relaciones más honestas y flexibles, con una sensación de bienestar mayor y quizás eso sea mejor que la misma felicidad.

 



[1] REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Diccionario de la lengua española, 23.ª ed., [versión 23.3 en línea]. <https://dle.rae.es> [23 de junio de 2020].

[2] Brinkmann, Svend. Sé tú mismo: La locura de la superación personal (Síntomas Contemporáneos nº 2042) (Spanish Edition) . Ned Ediciones. Edición de Kindle.

[3] Goleman, D.. (1995). La Inteligencia Emocional. México, D.F.: Ediciones B.

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