Rosalinda, la gobernadora
2015
Tenía la cita a las tres de
la tarde. El transporte y las ocupaciones me hicieron llegar al filo de la
hora. En cuanto llegué al lugar, empecé a buscarla. No había visto fotografías
de ella antes, solo leí alguna información sobre su trabajo. Pregunté a unas
personas. «Allá está», me dijeron.
Portaba una de esas faldas
típicas que usan las mujeres rarámuris, llenas de color y de vida. Estaba
recargada en una pared mientras observaba a unos pequeños que danzaban en
círculos de una manera muy particular. Ella reía y aplaudía. Cuando la vi, era
totalmente diferente a la persona que yo esperaba encontrar. Su nombre,
Rosalinda Guadalajara. Su cargo, gobernadora de la colonia Tarahumara.
Lo interesante de su vida
no comenzó hace dos años que inició su cargo de gobernadora. Desde niña,
Rosalinda ha tenido que arreglársela para salir adelante. Cuando tenía apenas
tres años de edad, su madre se mudó a la ciudad en busca de mejores
oportunidades, dejándola a cargo de sus abuelos quienes vivían en la Sierra
Tarahumara.
Rosalinda recuerda que
pasaron unos días después de la despedida de su madre, cuando cayó enferma y
fue llevada a un hospital en la comunidad de CISOGUICHI o ZIZOGUICHI. «Me
sentía mal pero no me gustaba estar en el hospital. Con tal de que me dejaran
salir le dije a las enfermeras que yo estaba bien», se ríe como una niña
después de haber hecho una travesura.
A los siete años, dejó a
sus abuelos y abandonó la Sierra. Su madre la recibió con gusto luego de estar
separadas durante cuatro años. Sin embargo, a esta edad, Rosalinda no había
entrado a la escuela, ni siquiera tenía acta de nacimiento. Esto, debido a que
ninguno de sus familiares sabía español para comunicarse con las personas
encargadas del registro civil.
Reconoce que adaptarse a un
nuevo ambiente representó para ella un gran desafío. El más grande de ellos fue
aprender español. «Yo sabía que para poder hacer cosas tenía que aprender
español», dice segura de sí misma. El camino no le fue fácil, inicialmente, el
no saber español le impidió entrar a la escuela.
Conforme creció, se dio
cuenta de aspectos negativos de la vida en la ciudad. Recibió burlas y ofensas
de parte de aquellos con quienes trataba de comunicarse, como ella misma lo
expresa «sufrí discriminación por no ser de aquí y por hablar diferente», más
que tristeza, su rostro refleja orgullo.
Su persistencia fue el
detonante y una maestra jubilada la ayuda para que Rosalinda comenzara a
curiosear algunas palabras del español, después aprender a decir oraciones
completas, y finalmente tener la capacidad de leerlo y escribirlo.
A los doce años ya dominaba
el español, la espera había terminado. Por fin podría ingresar a la escuela,
sin embargo, un nuevo impedimento se hizo presente: su edad. En ese entonces ya
era muy grande para entrar a primaria pero no tenía las bases para estudiar en
la secundaria.
Cada vez que la vida le
ponía un obstáculo, a Rosalinda parecía presentársele una segunda opción para
lograr sus objetivos. Encontró el Instituto Chihuahuense de Educación para
Adultos (ICHEA) y representó para ella la oportunidad de estudiar y de
superarse.
Su vida transcurría normal,
trataba de ayudar a su comunidad y apoyaba a su familia que aún habita en la
sierra. Tiene una pareja con quien vive en unión libre y ha procreado cuatro
hijos. Dos niños, de ocho y tres años; y dos pequeñas de 10 y 12.
El mundo le cambió al
momento de ser elegida, por la mayoría de las personas que conforman la Colonia
Tarahumara, como gobernadora de la misma. Desde ese momento sería la encargada
de velar por los intereses de los hombres y las mujeres rarámuris.
El puesto es ocupado por
hombres la mayoría de las veces.
Cuando se le pregunta por
qué cree que la eligieron a ella, contesta: «Me escogieron por mi trabajo, por
mi esfuerzo y porque siempre trato de hacer las cosas bien, además los hombres
trabajan de una manera diferente, ellos son muy fríos y no escuchan a la gente».
Distinto a lo que muchos
podrían pensar en la comunidad, de la que Rosalinda es parte, se ve a la mujer
como alguien superior al hombre. «Mi abuelo me decía que la mujer es más
inteligente y más fuerte, porque ella es la que tiene a los hijos y cuida la
casa».
Y aunque el trabajo en
ocasiones la aleja de sus pequeños, hace que se olvide de comer y la tumba
rendida en la cama, sabe que lo que hoy siembra resultará en un beneficio no
solo para su familia, sino para todo un grupo de personas.
A sus escasos 28 años,
lleva dos años como la encargada de dirigir a un grupo de 65 adultos, todos
rarámuris. Es de las pocas personas en su comunidad que habla español y
actualmente una de sus más grandes responsabilidades es mantener funcionando un
comedor y que hasta hace poco estaba en riesgo de ser cerrado por la falta de
recursos.
La última misión de la
gobernadora fue realizar una recolecta de víveres para mantener abierto el
lugar que diariamente atiende a 85 niños, hijos de las familias que habitan en
la colonia ubicada en la zona periférica de la ciudad. Gracias al apoyo de una
asociación civil lograron reunir alimento que alcanzará para cinco meses,
además de conseguir donadores permanentes que ayudarán a cubrir los gastos de
luz agua, agua y gas.
«Yo he tratado de ir con el
gobierno, con los encargados, pero no nos reciben y ellos tampoco se han ofrecido
a nada, nada más nos vienen a buscar en las campañas. Nos llevan en camiones y
a veces ni nos regresan. Si hay una cruzada contra el hambre, nosotros no somos
beneficiados», no muestra ni indignación ni enojo cuando dice esto.
A pesar de los malos tratos
de los que en ocasiones ha sido víctima, Rosalinda dice que la comunidad
juarense está formada por gente de buen corazón, les gusta ayudar. Lo único que
nos aconseja es «deben ser más comunicativos, deben luchar más por lo que
quieren. Así podrían lograr muchas cosas».
Entre sus planes a futuro están
el terminar su periodo de manera satisfactoria ayudando a los habitantes de la
colonia a construir más casas ya que actualmente una sola casa es habitada por
tres familias. Quiere seguir estudiando, lograr la licenciatura en Trabajo
Social y que sus coterráneos aprendan español para que puedan llegar más lejos
y que ellos mismos defiendan sus derechos.
Cuando terminé de hacerle
las preguntas, le agradecí por la entrevista y enseguida volvió con las mujeres
vestidas con esas faldas de colores que son muy iguales y muy diferentes al
mismo tiempo. Hablando español con unos y pronunciando palabras en su lengua
materna con otros. Quizá pensando que cuando una puerta se cierra, una ventana
siempre se abre.
Fotografía: http://monitorapcj.com/04-04-2014/36240
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