Una buena esposa


Recibo una llamada tuya. No contesto porque me parece sospechoso, después de unos minutos decido marcar tu número de vuelta y hablar contigo.  Creo saber de qué se trata cuando te escucho. Quieres que nos veamos y quedamos de encontrarnos unas horas más tarde en mi casa.

Te veo llegar con cervezas en mano, en mis adentros confirmo aquello que pensé después de colgar contigo. No es común que tú y yo compartamos tiempo juntos si no es con el resto de nuestros amigos. Una sensación extraña me habita, es como estar triste por aquello que te acaba de suceder y es una felicidad que me elijas a mi para desahogarte, aunque en el fondo sé que yo no soy tu primera opción, viniste a mí porque tu mejor amiga está trabajando y no está disponible. Tú lo que quieres es hablar con alguien… no sé si conmigo, pero sientes la necesidad de sacarlo.

Nos sentamos en la pequeña sala de mi casa, cada uno en distinto sillón, te veo frente a mí. Casi no pongo atención en los detalles de lo que dices, estoy concentrado en ti, en tus movimientos, en tus ojos, en la manera en que mueves tus labios para explicarme la situación, observo tus manos, una de ellas sostiene la botella de vidrio y la otra se mueve acorde a las palabras que salen de tu boca. Tu cabello sigue siendo el mismo que me encantaba uno o dos años antes, tus dientes conservan la misma blancura, me encantaba ver cuando sonreías, hoy se ven diferentes, no porque hayan cambiado sino porque no sonríes en este momento.

Me siento tristísimo porque estoy tratando de poner la mayor atención posible, pero a mi mente la invaden otros pensamientos, pensamientos que hace mucho no llegaban a mí y que creía olvidados. Yo se los adjudico a la cerveza y a la manera en que te estás expresando justo ahora.

Empiezas a hablar sobre el inicio de tu historia con ella, de la emoción que sentías al planear el futuro, de los retos que te daban más motivación para seguir adelante, del amor que aún sientes por ella. Mientras, yo recuerdo los tiempos en que nos conocimos, la manera en que me gustaba encontrarme contigo de vez en vez para que bromearas conmigo, de lo diferente que me parecías al resto de la gente y de mis ganas de querer estar en el lugar de la persona a quien en ese momento le querías entregar tu tiempo y tus detalles.

Ahora pasas a la parte triste, a la forma en que las cosas fueron cambiando, de cómo el entusiasmo decaía y los silencios se hacían más prolongados. Yo, vuelvo a sentir los celos que me provocaba que le acariciaras el cabello, del coraje sentido al ver que ella tuviera un novio y coqueteara contigo, que no era yo a quien dirigías las palabras, los abrazos o el cariño.

Este domingo no te veo con ganas de llorar, solo veo en ti una tristeza grande, la mirada perdida y quizá la necesidad de escuchar que todo estará bien y con la esperanza de que en realidad todo se acomode.

Quiero ponerme de pie, caminar hacia el sillón donde estás sentado y tomar un lugar a tu lado. Quiero extender mi brazo sobre tus hombros y abrazarte bien, como mereces en este momento, traer tu cabeza a mi hombro y que llores hasta mojar mi playera. Quiero tocarte la cara y llorar contigo, no porque me duela que ella se vaya de tu lado sino porque sufro con lo que eso te hace sentir.

Muero por decirte que si yo fuera ella no estarías llorando ahora, que puedo ser la mejor esposa para ti, que no te voy a llenar de cosas innecesarias, que confío en ti, que te voy a acompañar en tus proyectos, te voy a invitar a los míos y crearemos los nuestros. Que te voy a animar a seguir los sueños y las ambiciones que llenan tu cabeza. Que compartiremos los gastos y no pelearemos por tonterías, que saldremos a desayunar los sábados y que yo conduciré cuando te sientas cansado mientras viajemos por carretera, que vamos a comprar la lavadora que nos gusta a ambos y que en nuestra casa siempre habrá cerveza para invitar a tus amistades y a las mías. Decirte que yo te enseñaré lo que es vivir bien la vida.  Que te amaré no solo en los buenos tiempos también en los peores pero la realidad es que nunca lo sabrás.

Tendré que esperar otra vida, si es que eso existe, porque sé que lo que yo quiero no es nuestro destino, tengo la seguridad de que en veinte o treinta años seguiremos juntos, pero como buenos amigos. Seremos unos viejos tomando cerveza algunos domingos, como hoy, cuando me invites a gastar las horas en compañía de tu esposa y tus hijos.

No estuve enojado antes y no lo estoy ahora, esto es lo que la vida me ha dado, supongo que en ocasiones nos toca ser hacedores y en otras solo observadores, justo como ahora me ha tocado a mí la oportunidad de mirarte desde lejos.

En fin, nunca hablaremos de eso, yo solo imagino que recargas tu cabeza en mi hombro y yo te abrazo como lo hace una buena esposa.

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