Uno de esos días


Desde que abriste los ojos supiste que era un día de esos, uno de los que no soportas. No porque haya sido muy pesado, no porque sucediera algo malo, solo fue uno de esos días. 

Como aquel en el que decidiste que no saldrías a correr por la mañana, “lo haré por la tarde” pensaste, cien por ciento seguro de que no lo harías ni por la mañana ni durante la tarde. Un día en que no leíste el libro que tanto te gusta y aunque lo intentaste no entendías ni una sola palabra. 

Días como aquellos en el que el cielo se ve borroso, con un color azul muy opaco, más bien se ve de un tono gris, y el atardecer es igual, borroso. Desdibujado porque no se percibe el degradado que conforma un gran atardecer, ese que inicia en un naranja rojizo en el horizonte y se va transformando en azul conforme elevas la mirada al cielo para luego ir manchando las nubes que terminan pintándose de otros colores en lugar del blanco de todos los días. Pero no fue un día de esos. 

Un día de esos en los que pierdes el rastro de quien has sido y el rumbo de quien serás, porque juzgas lo que has hecho antes, te cuestionas lo que haces ahora y dudas de los planes que tienes trazados. Tu mente le da vueltas al mismo asunto: ¿y si me voy? ¿podré dejar todo, sin dar explicaciones? ¿y si es lo que realmente quiero pero el día a día hace que lo pierda de vista? 

Fue como los días en que no quieres salir a tomar ese café ni a beber esa cerveza pero tampoco tienes planes reales para hacerlo porque nadie te envió un mensaje para invitarte y tampoco se te ocurrió a quien invitar. No viste la serie que te tenía enganchado ni limpiaste el desorden que se acumuló durante los tres últimos días. 

Sin importar si eres Edgar, Ivonne, Luis, Jorge, Elizabeth o Roberto, tu nombre se borró de tu mente en momentos, pero aunque el nombre se borrara no te importó porque también se borró el ímpetu, las ganas, la fuerza, el coraje. Tampoco hubo tristeza, dolor, resentimiento ni enojo. Y como no fue ni una cosa ni la otra se creó un espacio, un espacio para el vacío. 

Colocaste tu mano sobre la hoja en blanco, con pluma en mano y no pudiste escribir, no desarrollaste la historia, no marcaste el pendiente como hecho, solo escribiste una frase que te gustó pero que no volviste a leer durante todo el día porque cerraste el cuaderno y con ello cerraste también la posibilidad de avanzar con aquello que al llegar la noche continuaba en tu mente.

Ya estando en cama, trataste de consolarte pensando en que esto solo fue un mal día y que a la mañana siguiente todo estaría mejor pero recordaste aquella frase… “Existen situaciones reales que nos hacen tener un mal día”, y pensaste en la posibilidad de enterarte de la enfermedad de algún familiar, que te pudieron robar el auto en el que diariamente te mueves de un lugar a otro, en que tu papá pudo haber ingresado al hospital o que pudiste perder tu trabajo. 

Y concluyes que en realidad no fue un mal día, solo fue uno de esos días que no tienen definición. 


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