No hables con extraños
Son casi las once de la mañana de un sábado de marzo, me levanté tarde de la cama y apenas estoy desayunando. Son unos sándwiches de pan tostado con jamón y huevo. Escucho a alguien gritar desde la calle hacia mi casa, seguramente se trata de algún vendedor y decido no salir. Luego de unos momentos vuelve a gritar y me retiro la taza con café de la boca para levantarme de la silla y decirle a quien sea que grite que no necesito lo que vende. Cuando abro la puerta y me asomo a la calle veo a alguien de mi edad parado frente a las rejas que protegen la casa. Creo que es un poco más bajo de estatura que yo, moreno, delgado.
—¿Está tu papá? —me pregunta.
Quisiera decirle que mi papá no vive en mi casa, que se separó de mi madre cuando yo tenía unos diez años, decirle que se fue a Misisipi con un permiso para seis meses que venció hace dos. Pero es larga la historia…
—No están —digo en tono de lamento.
—Quiero ver si puedo limpiarle los focos de los carros, hace tiempo vine y le limpié los focos de estos dos —dice señalando mi auto y el de mi madre— y uno negro.
En realidad es azul oscuro, pero no es el de mi padre. Es el coche del esposo de mi mamá pero creo que no es el momento ni la persona a quién debo aclararle esos detalles.
Insiste en que puede limpiar los focos para hacerlos ver como nuevos, pero yo no quiero. Vuelve a insistir y le digo que hablaré a mi papá para preguntarle. Entro a la casa, ni siquiera tomo el teléfono y vuelvo con el joven. Le digo que vuelva después, que me deje su número de teléfono y que le llamaremos en caso de necesitarlo. Insiste otra vez y cedo.
Le voy a pagar setenta pesos para que limpie los focos de la camioneta de mi mamá, los míos no, esos los limpiaron en diciembre. Entro por las llaves del portón para abrirle la puerta de mi casa a un desconocido.
Siento que debí ser más firme y decirle no, pero me arriesgo, me arriesgo en una ciudad en la que los asaltos a mano armada, los robos a casas, las extorsiones y secuestros se dan a diario. Me meto a la casa, cierro la puerta, pongo el seguro para que no se abra la puerta tan fácilmente en caso de que así lo quiera hacer, y sí, me sentí un poco más seguro.
Me siento a la mesa para volver a mi desayuno y a mi café, estoy viendo un reality show repetido en la televisión. Después de un rato, el joven grita «amigo», me asomo y me dice que los focos están listos, le digo que me espere, él me pide un vaso con agua. Voy a mi recámara, tomo un billete de cien pesos para pagarle pero creo que no va a tener monedas para regresarme, siempre pasa eso, ya me resigné a perder treinta pesos.
Cuando le doy el vaso con agua le pregunto si tiene cambio de cien, me dice que no. Lo sabía.
Empieza a tomarse el agua rápidamente, no hace tanto calor pero ya no hace frío como hace algunas semanas. El sol se siente cada día más intenso. Él se retira el vaso de la cara, y empieza a hablar.
—Tócalo —me dice mientras toca los focos que acaba de limpiar.
—Se siente bien —le contesto y observo que realmente esté limpio.
En menos de un segundo puso su mano junto a la mía, la alejo un poco pero mi mano se ve perseguida por la suya.
—Parece nalguita de bebé —pone énfasis en la palabra nalguita y vuelve a tocarme la mano.
Me agradece que le haya pagado y extiende su mano para que lo salude, le respondo, nos tocamos y nos miramos a los ojos. Apenas en este momento lo veo de otra forma, antes no le puse atención, ahora sí. Es moreno, muy moreno, su cabello negro y abundante y sabe cómo sostenerle la mirada a alguien. Me regresa el vaso y vuelve a tocar mi mano con la suya. Estoy nervioso, veo que el vaso aún tiene agua y le digo «termínatela, si quieres», «¿me estás corriendo?» me pregunta, le respondo que no y me sale una risa tonta.
Comienza a platicar de otras cosas y me sigue mirando a los ojos. Me pregunta sobre qué voy a hacer en la noche.
— Voy al cine —le digo.
—¿Con tu novia?
—No, solo —sigo nervioso— bueno, solo no, con un amigo.
—Ah, y ¿andas quedando bien con él?
—¿Cómo? —le pregunto porque no quiero entender mal el cuestionamiento.
—Pues sí, que si quieres quedar bien con él o si él quiere quedar bien contigo.
—Ninguna de las dos, es mi amigo desde que estoy en la escuela.
—¿Por qué no dices que es tu novio? —es una pregunta muy directa —bueno ¿a ti qué te gusta? ¿las novias o los novios?.
—Los novios —agacho la mirada como si estuviera diciendo algo vergonzoso.
—¿Por qué?
—Pues no sé, es mejor
Para este momento ya siento una erección ligera y temo que se me note, le doy la espalda para evitar verlo de frente. Es frustrante. Él se mueve a mis espaldas y se recarga en mi carro. Casi siento que me va a agarrar por detrás y me va apretar, o al menos eso quisiera yo, pero estamos casi en la calle y eso no sucede. Tardo un rato en reaccionar y decido voltear hacia él, lo miro otra vez a los ojos y me responde.
—Sí, si es mejor.
Y vuelve a platicar conmigo, sobre qué hago los fines de semana, sobre el lugar en el que trabajo, si tengo hermanos, si me gusta la cerveza.
—Ando bien crudo —dice mientras le veo los ojos, la boca, su cuerpo y me imagino las cosas que podría hacer en este momento. Sus dientes y su bigote es lo que no me gusta. Pero todo lo demás me hace imaginarme las cosas que puedo hacer ahora que estoy solo en casa. Pero no es mi casa, no lo hago.
Hablamos sobre mis exnovios, le digo que tengo dos, cuando solo tengo uno. Quiero ser interesante. Me pregunta cosas sobre ellos, que si lloré por ellos y le digo que si, que si los engañé y le digo que no, que si me engañaron y le respondo que no sé, que es probable pero que ahora no lo quiero saber. ¡Qué extraño es estar hablando de esto!
Hace comentarios raros, me gustan. «Cuando tomo, a veces, me traiciona el culo», le respondo que aún no me sucede, pero que si me gusta la cerveza y quisiera poder tomarme unas con él, esto último me lo quedo para mí. Me sigue mirando, como si algo quisiera. Yo también lo quiero, quiero entrar a la casa y quitarle la ropa. Que rocemos los cuerpos y nos besemos en la boca. Si se pudiera, quedarnos un rato en mi cama, tocarlo y cerrar mis ojos y tocarlo más. Pero no estoy seguro de cuánto tiempo dispongo.
Después de un rato, él se rinde. Yo me rendí desde el principio pero me gusta estar así: con un extraño, insinuando cosas sin pronunciar palabras, creando una faena sin tenernos cerca… todo en mi mente.
—Bueno, ya me voy a seguir trabajando para comprar cerveza hoy —pronuncia mi nombre porque hace unos segundo nos presentamos, él me dijo el suyo pero ahora no lo recuerdo, Carlos, Marcos u Óscar, no sé. Yo estaba nervioso cuando me lo dijo.
Cuando pone el primer pie en la banqueta, pasa una camioneta, se detiene a unos metros del frente de mi casa, de la camioneta baja un hombre joven, envuelto en camisa de tirantes, medio musculoso con un ramo de flores.
—Mira, ya te traen flores —me dice Carlos, Marcos u Óscar.
—¡Ojalá! —le digo riéndome. Él sigue mi risa.
—A ver qué día nos echamos unas cervezas —no dice cervezas, dice algo como chelas o birrias. Solo capto la idea principal.
—Cuando vengas otra vez —le respondo sabiendo que eso no puede suceder.
Sonreímos, y se va. Corriendo regreso al interior de la casa y tomo mi cuaderno, quiero escribir todo lo sucedido, darle forma con palabras a la emoción del momento y aunque tengo en mi mente cada segundo guardado, mi cerebro empieza a trabajar a otra velocidad y a caminar en otra dirección.
Entonces levanto la mirada, me dirijo a la puerta principal, en el corto camino tomo las llaves para cerrar de inmediato. Porque de pronto recuerdo la ciudad en donde vivo y las noticias que vi en la mañana sobre la pareja de ancianos asesinados durante la madrugada en su propia casa. Pienso que Carlos, Marcos u Óscar puede ser un delincuente, un delincuente a quien le dije dónde trabajo, a qué hora me voy de la casa y a qué hora regreso, un delincuente al que deseé hace apenas unos segundos y al que deseo todavía.
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