Yo nunca, nunca
Es algo común que de nuestra boca salgan frases diciendo aquello que nunca haríamos o que no estamos dispuestos a aceptar o permitir. Frases como: nunca voy a robar, no voy a ser corrupto, jamás andaría con el ex novio de una amiga, no descuidaré a mis padres, nunca dejaré mi ciudad, nunca sería infiel, no me enamoraría tan intensa o perdidamente, no trabajaría en esa industria, nunca me voy a casar, nunca tendré una relación a distancia, jamás voy a pedir canciones de banda en las fiestas… y los «nunca» nunca se acaban.
Por otra parte, solemos mirar con ojo crítico a todos aquellos quienes hacen aquello que «nosotros jamás haríamos». Cuestionamos y juzgamos sus comportamientos, sus amores, sus viajes, sus decisiones, sus métodos para llegar a tal o cual lado, la manera en que educan a sus hijos o la forma en que desempeñan su trabajo.
Pero yo tengo una teoría no comprobada científicamente que me hace creer que siempre llega algo o alguien y nos hace actuar de la forma en que siempre creímos que no lo haríamos.
Esto sucede cuando llega el momento de afrontar una realidad y nos damos cuenta que muchas cosas, situaciones o personas no siempre son lo que esperamos y eso nos empuja, nos motiva, nos lleva a hacer las cosas de una forma diferente a como veníamos haciéndolo. Digo esto en muchos sentidos, tanto aquello que alguien puede considerar negativo como todo aquello que puede clasificarse como positivo.
Es por eso que de un tiempo para acá una de las palabras más recurrentes en mi vocabulario es la palabra «depende» y es que es la verdad.
Aunque un ser humano tenga valores, ideales, creencias, prejuicios y se maneje con sus propias reglas, no estamos exentos a romperlos, traspasarlos, transgredirlos o simplemente ignorarlos. Porque en realidad, todo depende. Depende de la presión que sintamos en el momento, la tristeza, la soledad, la euforia, la libertad, la satisfacción, el miedo, el enojo, la rabia, el coraje, la alegría o la nostalgia y eso nos hace, simplemente, hacer las cosas un poco diferentes y que a veces, si somos conscientes de la infinidad de veces que decimos «yo no haría, yo nunca, yo jamás…» puede llegarnos a causar un poco de contradicción.
La realidad es que muchas veces ese comportamiento contradictorio e inesperado de nuestra parte puede ayudarnos a escribir las mejores historias, a almacenar los mejores recuerdos, a superar los grandes problemas y a prepararnos para cosas más grandes y mejores para nosotros mismos.
Porque cuando hacemos lo que siempre dijimos que nunca haríamos podemos entender a quien antes juzgamos pero lo más importante es que estamos ante la posibilidad de saber lo que se siente ensuciarnos las manos, sentir el viento en la cara, el frío en los huesos, el sudor en el pecho, la arena entre los dientes y el agua bajo nuestros pies para entonces conocer la locura, la intensidad, el límite, la enfermedad, los celos, la violencia, la elevación, el cariño, la pasión y entender esa parte de nosotros que desconocíamos, conocer esa capacidad para alcanzar o lograr lo que no hubiera sido posible de no habernos atrevido.
Quizá solo después de eso estaremos en una posibilidad real de decir «yo nunca…» pero la verdad es que la vida da muchas vueltas y justo mañana podríamos estar en la misma situación, de nuevo con la oportunidad frente a nosotros de hacer lo que siempre dijimos que no haríamos.
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