El que juega con fuego...
Te imaginaste rey y señor de tu propio corazón ¿verdad? Con lo que no contabas es que cada domingo ibas a estar esperando tu dosis de amorcito, de besitos, del cariñito que se daban entre sí cuando las luces se apagaban y ya nadie los miraba. La neta, la neta, eso es lo más rico. Cuando llega el día de la acción. Cuando sabes que sí o sí tiene que pasar algo. Y empiezas como que sí, como que no, que hazte para allá, que me da pena, pero ya nomás pasa un ratito y órale. Qué rico, síguele, levantando el cuello, estirando la pata, abriendo los botones de la camisa y bajándose en chinga el pantalón.
Y con eso sería suficiente pero a la raza nos gusta recordar, nos gusta repetir, nos gusta imaginarnos haciendo lo que se nos olvidó hacer en la última vez. Morderle la orejita, chuparle la espalda, olerle el cuello y que la lenguas se crucen de una boca a la otra como los gusanitos de gomita que vende Chayo en la esquina, así todos revueltos.
Eso está chido las primeras veces pero luego te pones a esperar el mensajito y no llega, y un día se cancela todo el pedo y te agüitas porque ya no alcanzaste a hacer otros planes y nomás estás viendo el celular para ver si te marca y pues nada. Te quedas tiradote viendo las noticias que dan un pinche gordo y un pelón en la noche, siempre con el mismo tonito de voz culero.
Te desesperas cabrón, cabronsísimo. “Llámale, wey”, te dices… pero ni madre, mejor te esperas. No vaya a ser que no te responda y entonces si te va a calar más hondo. Porque te acuerdas que al principio decías “ese no es mi pedo” y pensaste que el cerebro iba a tener poder sobre el cora pero como dicen por ahí, la hormona mata neurona y eres el vivito reflejo de esa mamada.
Y todos los días dices que ya no le vas a escribir pero le escribes y nomás ves las palomitas azules y nada que te contesta. Puta madre, ahora sí “ya no le escribo ni madre” y no le escribes pero cuando te manda mensaje empiezas a sacar el perfumito, ese rico que tienes que huele a madera porque ya sabes para que te quiere esa pinche personita y te vale porque pues ni modo que digas que no quieres. El pedo no es ese, el problema real es lo que pasa cuando no pasa lo que quieres que pase.
Ni hablar, valen la pena los tres días de sufrir por los treinta minutitos de placer. Y va de nuevo, se van todos, se apagan los luces, sientes cosquillitas en la panza y en el culo, en tu cuerpo truenan cuetes de todos los colores para luego poner los ojitos en blanco y quedarte bien pendejo nomás mirándote en el espejo que está pegado al techo mientras la personita se mete a bañar para irse en chinga porque pues este desmadre así es. Directito y sin escalas. Ni un te quiero, menos un te amo. Ni vergas.
Te lo pudiste evitar nomás que nunca le hiciste caso a tu jefita y al dicho ese que siempre decía cuando te metías en pedos ¿cómo era? el que juega con fuego termina chamuscado y pues al principio pensaste que de una quemada no pasaba pero a ti ya se te prendió todo el pinche cerro.
Comentarios
Publicar un comentario