Decide tú


Todos los días elegimos y cada elección implica una decisión. Las hay de todo tipo, desde aquellas que tomamos de manera casi mecánica hasta aquellas en las que elegir se vuelve un trabajo muy complicado para nosotros. Estas últimas son muy pero muy difíciles por el impacto que esa decisión tendrá en tal o cual momento de nuestra vida. 

Cada uno de nosotros sabrá y conocerá cuáles decisiones se encuentran en esta escala de dificultad en cada caso particular. 

El tema que hoy quiero abordar es que siento, creo y percibo que como seres humanos (no sé si sea por la edad, el tiempo que nos tocó vivir o simplemente está en nuestra naturaleza) que tenemos una tendencia a dejar de tomar decisiones. Una tendencia a basar nuestras elecciones en la voluntad de otras personas. 

Es decir: si ella o él quiere que me quede, me quedo. Si vas, yo voy. Si me buscas, te busco. Pero así como nosotros esperamos, no nos damos cuenta (o quizá si) que la persona frente a nosotros tampoco decide o el universo no nos manda la señal que esperamos para hacer lo que muy en el fondo de nosotros mismos sabemos que debemos, queremos o necesitamos hacer. Y llega un punto en el que somos como un barquito que va sin dirección en medio del mar. Moviéndose de un lado a otro, a veces rápido, a veces lento pero que no llegará a ningún sitio.

Considero que esto sucede porque, a menudo, estas decisiones importantes traen consigo un proceso, ya sea de adaptación, acoplamiento, liberación, etc., que resulta poco agradable o, mejor dicho, muy desagradable y hasta doloroso. 

Justo es ese proceso el que no queremos enfrentar, el camino que no deseamos andar por lo espinoso que puede resultar. Sea cual sea la decisión, después de tomarla vienen todos esos momentos de soledad, de lejanía, de silencio, de culpa, de extrañar, de sentirse incapaz o insuficiente, de estar sentados al borde de la cama preguntándonos si hicimos lo correcto.

Aunque en el fondo de nosotros mismos somos conscientes de que todo pasará en algún momento, esa consciencia no evita ni el dolor ni el sufrimiento. 

Lo bonito, lo esperanzador es que siempre, siempre, después de varios días, tal vez semanas o algunos meses o años (nunca sabemos) llega el momento en el que podemos mirar hacia atrás sin miedo, con los ojos bien abiertos, sin rencor en nuestro interior, sin remordimiento y libres de culpa para darnos cuenta de que tomamos la decisión correcta para nosotros mismos y que el camino recorrido está en armonía con la persona que somos en ese presente. 

Todo esto escrito suena muy bonito pero como todo proceso tiene algunos pasos que nos serán más complicados que otros. 

Yo solo espero, desde el fondo de mi corazón, tener la fuerza para empezar a decidir más por mí y para mí. Sin pedir perdón y sin dar explicaciones. Deseo también que si en algún momento te encuentras en algo similar lo hagas también porque todos somos fuertes pero no nos damos cuenta hasta que ser fuertes es la única opción. 


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