El dedo en la llaga


Todos tenemos un pasado. Un pasado que está marcado por el lugar en que nacimos, por nuestros padres, nuestra educación en casa, nuestra formación en las diferentes escuelas en las que estudiamos. Por experiencias que podemos clasificar como éxitos, fracasos u otras que nos dejaron traumas, miedo, certeza o inseguridad, según sea el caso. 

Este conjunto forma a las personas que somos hoy, pero como escuché en algún lugar, como seres humanos no somos algo fijo ni inamovible ni estático. Los seres humanos somos proceso, es decir, acción y movimiento formado por etapas o fases. 

En este sentido, durante las etapas de un proceso más grande (llamado vida) nos encontraremos una y otra vez con todos los asuntos pendientes que nos permitan continuar avanzando y aprendiendo. 

Así llego al tema que quiero abordar hoy, el cual puede resumirse en varias frases ya conocidas, como: “lo que te choca, te checa” o “lo que no has de poder ver, en tu casa lo has de tener”. Y aunque en el fondo tienen mucho sentido, he decidido que el título sea “el dedo en la llaga” porque me parece que me permite ir más allá de lo que la apariencia nos permite percibir. 

Durante los últimos meses he puesto atención en algunas personas y espacios que manejan la teoría de que la gente a nuestro alrededor viene a mostrarnos o evidenciar las heridas que no hemos podido sanar en el pasado. 

De ser así, nuestros padres, nuestros hermanos, nuestra pareja, nuestras amigas y amigos, las compañeras y compañeros de trabajo, la señora que paga con cuatro tarjetas diferentes en el supermercado o el hombre que se nos atraviesa mientras vamos conduciendo. 

Viéndolo de esta manera, podemos abrir los ojos y empezar a notar todo aquello que hacen las personas a nuestro alrededor y que no nos gusta, que nos molesta, que nos hace sentir tristes, inconformes o cualquier sentimiento o emoción incómoda que se genere en nosotros.

Quizá exista una persona que con sus palabras y comportamientos nos cause tal incomodidad que nos invite a reflexionar y hacernos preguntas como ¿por qué lo que dice me hiere tanto? ¿por qué su acciones hacen que sienta presión en el estómago o aceleran mi corazón? 

Y aunque muchas veces no lo hace a propósito o con mala intención, la realidad es que uno si siente como si estuvieran poniendo el dedo en la llaga.

Sin embargo, es importante identificar que la herida que esa persona está tocando no está en su cuerpo, esa herida nos pertenece a nosotros y es nuestra responsabilidad empezar a curarla. Se hace necesario prestarle la atención, empezar a limpiarla, detener el sangrado y una serie de pasos para permitir su cicatrización. 

Con esto, no quiero decir que debamos soportar a toda la gente a nuestro alrededor, hay actitudes y comportamientos que nadie deberíamos tolerar, pero también hemos de ayudar a nuestra conciencia y a nuestros ojos a observar lo verdaderamente importante, aquello que nos nutrirá en el proceso que somos. 

Pensarlo así, nos hace ver de otra forma nuestra sentir, de una manera que nos permitirá ver nuestras relaciones como una oportunidad para sanar. Y agradecer a la gente que nos acompaña, aquellos a quienes más queremos y amamos, por convertirse en verdaderos maestros para seguir aprendiendo.  



Imagen: La incredulidad de Santo Tomás de Michelangelo Merisi da Caravaggio


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